domingo, enero 07, 2007

CON DIOS EN BICI

Al principio veía a Dios como si Él fuera un implacable juez que llevaba cuenta de lo que yo hacía mal, para luego dictar sentencia cuando me tocara partir de este mundo...

Pasaron los años, y me hablaron de que Él, sin dejar de ser Dios era también mi Padre, un Padre infinitamente misericordioso que me había amado ya desde antes de la creación del mundo y seguía amándome, que en Él vivía, me movía y existía y que siempre estaba a mi lado.

Y empecé a amarle. Y de repente, empecé a sentir mi vida como si fuera un viaje en bicicleta, pero ¡era una bici de dos!, y noté que Dios viajaba conmigo y me ayudaba a “pedalear”.

No se cómo ni cuándo sucedió que Él me sugirió que cambiáramos los lugares, lo que sí sé es que mi vida no ha sido la misma desde entonces.

No confié mucho en Él al principio, me costó bastante darle el control de mi vida. Pensé que la echaría a perder, porque yo sabía muy bien donde iba, ya tenía el camino y la meta fijados, aunque todo fuera un tanto aburrido y predecible, incluso las caídas.

Sin embargo, cuando Él tomó el mando, me olvidé de mi “aburrida” vida y ésta se convirtió en una aventura. ¡Mi vida con Dios empezó a ser y sigue siendo muy asombrosa y emocionante!

Me di cuenta que Él conocía cosas que yo no sabía acerca de andar en bici. Él conocía secretos...

Sabía cómo girar para dar vueltas cerradas, brincar para evitar obstáculos llenos de piedras, buscar senderos abiertos en los que su compañía se convertía en “luz” cuando en mi vida se hacia de noche y habían desaparecido la luna y las estrellas.

Iincluso sabía “volar” para no caer en precipicios.

El conocía caminos diferentes con paisajes hermosísimos, a través de montañas y de valles, y bordeábamos ríos y atravesábamos pueblos con velocidades increíbles.

Lo único que yo podía hacer era sostenerme; aunque pareciera una locura.

Y cuando le decía “estoy asustado”, Él se inclinaba un poco para atrás y por unos segundos tomaba mi mano y mi temor desaparecía.

Y cuando le decía:“estoy cansado”; o me preocupaba y ansiosamente le preguntaba “¿a dónde me llevas?”, Él giraba un poco la cabeza y con su voz llena de ternura me decía: “PEDALEA Y CONFÍA EN MÍ...”

Así que comencé a confiar en Él.

Él me llevó a conocer lugares desolados, donde reinaban el hambre, la pobreza, la enfermedad, la injusticia.

Y también me llevó a conocer gente con corazones llenos de dones, de amor, de generosidad, de justicia, de alegría y de paz. Ellos me dieron esos dones para llevarlos en mi viaje; nuestro viaje: de Dios y de mí.

Y Él me dijo: “Comparte estos dones, dalos a la gente, son sobrepeso, mucho peso extra, así te irás pareciendo a mí, que todo cuanto tengo os lo he dado, y el viaje se nos hará más ligero”.

Y así lo hice con la gente que íbamos conociendo.

Y allá íbamos una y otra vez, Él y yo...

Ahora ya no le digo nada. Estoy aprendiendo a “pedalear” con otro ritmo, por los más “extraños lugares”. Estoy aprendiendo a callar y a disfrutar de la vista de este paisaje nuevo y de la suave brisa en mi cara.

Y sobre todo, estoy aprendiendo a gozar de la increíble y deliciosa compañía de mi Dios.

Sé que Él lleva la bici y confío del todo en Él.

De vez en cuando le digo que estoy “cansado”, porque me gusta verle girar ligeramente la cabeza hacia mí y escucharle decir, con su ternura infinita: “¡ÁNIMO, PEDALEA Y TEN FE, YO TE LLEVO...!”

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