LAS MANOS

Esforzándome pude ver, aunque borroso, el contorno de otra mano que se agitaba muy cerca de la mía. Un suspiro de alivio y esperanza brotó entonces de mi interior. Intuía que algo maravilloso estaba por acontecer...
Hablé en dirección a aquella forma difusa que me acompañaba en la caída. Dije mi nombre y expresé en pocas palabras mi desolación. Me atreví incluso a agradecer la ayuda que me estaba siendo ofrecida y que tanto bien me hacía...
Una voz sincera me respondió de inmediato. Supe el nombre de quien estaba compartiendo conmigo ese instante tan extraño. Me habló brevemente de su propia soledad y de cómo el roce de su mano con la mía le había iluminado el corazón...
Fue entonces que comprendí que ambos nos estábamos salvando mutuamente. Dirigí mi mano hacia la suya y, cuando ambas se encontraron, una suave luz acariciante nos recorrió y apaciguó la oscuridad que nos envolvía...
El descenso finalizó casi milagrosamente. Las manos unidas y los corazones latiendo al mismo ritmo nos impulsamos hacia arriba, con fe y alegría, hasta alcanzar las más increíbles alturas...
Hoy, luego de algunos años transcurridos, la fuerte mano de él sostiene con ternura la mía, mientras en uno de mis dedos exhibo el flamante anillo que me ha puesto como promesa de eterno amor...
Las manos, con vida propia, se acarician mutuamente, mientras nuestras almas se funden en un interminable abrazo...
Para L. y G., con gran amistad,
José Eduardo Marini
(Desde Buenos Aires, Argentina)
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