LOS POBRECITOS DE NAVIDAD

Faltaba poco para la medianoche y por eso apuraron un poco la marcha para no llegar a la casa sobre la hora de cenar.
Un par de cuadras antes de arribar a destino, el semáforo en rojo los obligó a detenerse unos segundos. En ese instante cruzó por delante del automóvil una joven mujer extrañamente vestida. Caminaba con un bebé en los brazos y toda su atención estaba puesta en él.
"Seguramente debe ser alguien que participa con su hijito en la representación de un pesebre viviente en nuestra parroquia", sugirió Julio como hablando consigo mismo.
Sin embargo, justo cuando se encendió la luz verde del semáforo, el matrimonio pudo observar que la joven mujer y su tierno bebé entraban en una pequeña carpa debajo del único árbol de la plazoleta del barrio.
"Qué raro", dijo Paula. "No sé, todo esto me parece tan fuera de lo común", continuó diciendo, mientras su esposo hacía gestos afirmativos con la cabeza.
Arribaron a la casa y allí estaban esperando, alborotados y ansiosos, los pequeños hijos del matrimonio que se encontraban al cuidado de la madre de Julio.
Paula se encargó de distraer a los niños para que su esposo pudiera entrar los regalos por la puerta trasera de la casa.
Enseguida Julio ingresó por la entrada principal, para que los pequeños no sospecharan qué había estado haciendo él.
Vieron que el reloj marcaba las 23:15 y decidieron no retardar más la cena.
En segundos la mesa estuvo repleta de comida, golosinas y bebidas. Por supuesto había mucho más esperando en la heladera.
Los chicos comenzaron a darse el gran banquete, mientras los mayores sonreían comprensivamente.
"Bueno, comamos nosotros también", invitó Julio con alegría.
Y todos quedaron en silencio un rato, entregados al disfrute de los sabrosos platos que habían preparado Paula y la madre de Julio.
Uno de los chicos rompió el silencio para preguntar: "¿Falta mucho para que nos traigan los regalos?".
Casi todos rieron ante la pregunta, menos Paula, que apenas esbozó media sonrisa.
"¿Te pasa algo, querida?", le pregunto Julio.
"No, no es nada, no te preocupes", respondió quedamente Paula, mientras con el tenedor jugueteaba en su plato sin llevarse nada a la boca.
"Paulita, ¿es algún recuerdo triste?", preguntó la madre de Julio.
"Yo...", atinó a murmurar Paula e inmediatamente se levantó de la mesa para dirigirse al baño.
"¿Qué sucede, hijo? ¿Acaso discutieron?", volvió a preguntar la buena señora, preocupada por la actitud de su nuera.
"Te juro que no, mamá. No tengo idea de lo que le pasa a Paula", le respondió Julio.
Al rato regresó Paula a la mesa y todos suspiraron aliviados.
"¿Estás bien, querida?", dijo cariñosamente Julio dirigiéndose a su esposa.
"No, no estoy bien. Porque tenemos todo aquí. La mesa desborda de tanta comida, bebida, dulces... y eso nos hace creer que somos felices, mientras en el fondo de nosotros existe la certeza de que no merecemos esta abundancia", respondió Paula con voz ronca.
"¿Por qué, querida? ¿Acaso no hemos trabajado durante todo el año, criado bien a nuestros hijos, pagado con puntualidad religiosa los impuestos y facturas, respetando como buenos ciudadanos cristianos nuestras obligaciones?", se le ocurrió a Julio responder en modo interrogante.
"¡Es nuestra obligación portarnos bien! ¡Es lo menos que podemos hacer! Pero, ¿cuántas cosas hemos omitido?", casi gritó Paula, mientras le corrían abundantes lágrimas por sus mejillas.
"Por favor, querida, no arruines tan linda cena. No entiendo lo que te está sucediendo. Quizás sea la emoción que provoca esta fecha, pero no la conviertas en algo desagradable", reclamó con ternura Julio.
"¿Dimos gracias a Dios antes de comenzar a cenar? ¿Lo tuvimos en cuenta? ¿Cuándo estuvo en nuestros planes? ¿Qué atención, qué amor, qué regalo recibirá Él de nosotros esta noche?", dijo entre sollozos Paula.
"¡Por favor, querida, no te entristezcas más! Te doy toda la razón. Ha sido un descuido imperdonable no haber elevado una oración de gratitud antes de comenzar la cena. Pero podemos hacerlo ahora, ¿qué te parece?", concedió Julio.
"Está bien, no quiero causar más problemas. Acepto tu propuesta. Hagamos ahora mismo esa oración, pero luego vayamos a la placita, por favor", respondió Paula.
"¿A la placita, para qué?", dijo extrañado Julio, quien al ver el gesto de molestia de su esposa agregó: "Está bien, iremos a la placita si eso te tranquiliza".
Elevaron sus corazones en oración y al culminar la misma el matrimonio salió de la casa rumbo a la plazoleta del barrio.
Caminaron sin hablar, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Al llegar a la plaza, Paula hizo un gesto con la mano, señalando la carpita debajo del árbol. Por entre la tela del precario refugio se veía una luz cada vez más potente, como cuando se pone en marcha un generador eléctrico.
"¡Qué raro!", dijo Paula e inmediatamente recordó haber exclamado lo mismo una hora atrás en el mismo lugar. "Quiero saber qué está pasando allí", le comentó a su esposo.
Julio aceptó con un gesto y ambos se pararon delante de la entrada de la pequeña carpa. Aguardaron un momento y luego Paula se animó a decir: "Por favor, ¿podrían permitirnos pasar?".
Una mano femenina muy delicada corrió la tela de la entrada. El matrimonio, agachándose, ingresó a la carpita. Dentro todo parecía más iluminado que en el exterior. El bebé que ellos habían visto estaba acostadito en una cunita muy pobre, pero él se mostraba feliz. Y su madre, la chica tan extrañamente vestida que rato atrás pasara por delante del automóvil de la pareja, los miraba mansamente, arrodillada en el suelo, acariciando con ternura a su niño.
"Nosotros...", comenzó a decir Paula.
"Los estábamos aguardando", interrumpió dulcemente la joven, mirando a su bebé.
"¿Cómo que nos estaban esperando? ¿Acaso nos conocen?", preguntó con asombro Julio.
La jovencita sonrió comprensivamente y respondió: "¡Claro que sí! Los conocemos desde hace mucho tiempo. Ustedes no nos ven, porque están siempre muy ocupados mirando otras cosas o pensando en sus problemas, pero nosotros sí los vemos a ustedes. Y nos agradan. Es más, los amamos profundamente".
Sin saber por qué, Paula se dejó caer de rodillas y, mirando alternativamente al bebé y a la joven madre, preguntó con voz quebrada: "¿Puedo?".
"¡Por supuesto!", aceptó con entusiamo la jovencita.
Y Paula, con sus ojos arrasados por las lágrimas, besó la frente del niño pobre y dijo: "¡Perdón, Señor, por haberte olvidado tantas veces! ¡Perdón por mi descuido e ingratitud! ¡Perdón por no haberte visto antes! ¡Perdón, perdón, perdón!".
Julio estaba paralizado por la situación. Sabía que algo muy grande estaba sucediendo, pero no llegaba a comprender totalmente de qué se trataba.
La joven levantó los ojos hacía los de él y preguntó: "¿Por qué estás tan confundido?".
Julio se vio sorprendido y no supo qué contestar. Entonces fue Paula quien lo ayudó a salir del estupor, invitándolo a arrodillarse junto a ella y besar al bebé.
La luz continuaba haciéndose cada vez más potente dentro de la carpita, aunque no se veían lámparas ni linternas.
Julio, entre confuso y emocionado, se puso de rodillas y besó la frente del bebé. En ese instante la luz se convirtió en maravilloso fulgor blanco y luego dorado. Y una voz que no se escuchaba a través de los oídos dijo: "Ahora sí puedo nacer al mundo, porque ustedes han escuchado mi clamor".
Julio abrió sus ojos y notó que estaban cubiertos de lágrimas como los de su querida esposa. El niño resplandecía en su cunita y los miraba amorosamente. La joven madre tocó suavemente las cabezas de Paula y Julio y éstos supieron, en ese instante, que estaban participando de un hecho sobrenatural. Se volvieron hacia la jovencita y la vieron tan resplandeciente como su bebé.
Dentro de sus almas, como nunca antes, Paula y Julio sintieron la presencia del Amor. Un Amor Infinito que jamás volverían a descuidar, a olvidar, a perder.
Y fue entonces cuando Julio dijo, con voz apenas audible: "Por favor, vengan a compartir la mesa con nosotros. Nos harían el mayor honor al que podemos aspirar".
"Estaremos allí", se oyó decir a aquella voz que no se escucha con los oídos. "Estaremos en el banquete del Reencuentro. Ansiábamos ser invitados. Los amamos".
Julio, besando nuevamente la frente del niñito, ofreció: "Vengan ahora mismo. Nosotros los llevamos. Les ofrecemos cobijo también. Y les guardaremos en casa la carpita".
La bella jovencita sonrió con sus labios y ojos, mirando con ternura a Julio y Paula. Luego dijo, como en un susurro: "Vayan en Paz. Sabemos donde viven. Iremos enseguida".
Luego de despedirse hasta dentro de un rato, el matrimonio dejó dentro de la carpita al niño con su madre y emprendió el camino hacia la casa.
Tampoco hablaron durante el trayecto de vuelta.
"¡Por fin, ya estaba asustándome!", dijo la mamá de Julio cuando vio a la pareja ingresar al comedor.
En eso se escucharon suaves golpes en la entrada de la casa. Paula y Julio salieron disparados rumbo a la puerta. Abrieron con ansiedad y se encontraron con dos personas a las que jamás habían visto anteriormente.
Una joven mujer de aspecto muy humilde los miraba tímidamente a los ojos, sonriéndoles, mientras no dejaba de acariciar la frente del bebé que llevaba en brazos.
"Aquí estamos, como hemos prometido", dijo la muchacha. "No encontré nada mejor para vestirnos mi hijito y yo. Sabrán disculpar nuestra pobreza, ¿verdad?".
Paula se llevó las manos a la boca, mientras Julio alzaba los brazos al cielo. Ambos estaban, por fin, comprendiendo.
Afuera, la noche se convirtió en un caos de cohetes y bombas de estruendo explotando de a miles por vez. Lo pagano desafiando groseramente a lo Sagrado, recordándonos que aún quedan muchos hijos de Dios por despertar...
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