LA TEORIA DE ALBERT

Mucho agradecemos al gran artista plástico argentino Hugo Ailup, por haber ilustrado tan brillantemente el presente artículo.
Cuentan que un prestigioso periodista le preguntó a Albert durante una entrevista:
—¿Qué cree usted, Mr. Albert, sea lo que influya en el mundo para que haya tanto caos, hambre, ignorancia, violencia, guerras, injusticia?
El genio no respondió inmediatamente. Se quedó pensando y luego de un rato le propuso al periodista continuar la entrevista en el gabinete de investigación. Una vez ubicados ambos hombres en medio de los cientos de libros y anotaciones que ocupaban el escritorio, algunas sillas y hasta parte del piso, Albert habló:
—Como su pregunta ha sido profunda y bien intencionada trataré de responderle con lo mejor de mí, pero le aclaro que lo que voy a explicarle es una teoría que se me ha ocurrido, no una respuesta comprobada, ¿lo acepta de esta manera?
—¡Por supuesto que lo acepto y agradezco, Mr. Albert! —exclamó excitadísimo el periodista.
—Pues entonces vea usted de seguirme sin perderse.
—Soy todo ojos y oídos, Mr. Albert.
—MI idea es que no puede ser casual que en casi todo el planeta se registren tantas calamidades como las mencionadas por usted. Se me ocurre que hay algo en el inconsciente colectivo o como desee usted denominarlo, que lleva a las mayorías a equivocarse muchas veces cuando eligen a sus dirigentes y gobernantes.
El periodista miraba absorto al genio, pero no se atrevió a hacer ningún comentario.
—Como si existiese una falla interna individual que incluyera colectivamente a grandes masas, ¿me sigue usted?
—Si, sí, perfectamente...
—Y que esta falla estuviera relacionada, aunque parezca un poco traído de los pelos lo que digo, con condicionamientos de aprendizaje, más específicamente en el terreno de las Matemáticas...
—¿Cómo dice usted, Mr. Albert? Creo que me perdí...
—¡Es sencillo! ¿Acaso en la escuela a usted no le enseñaron que 100 es más que 50?
—Claro que sí, Mr. Albert, pero sigo sin comprender...
—Suponga usted que se ve en la necesidad de evaluar a distintos candidatos políticos. ¿No trataría de calificar, si cabe el término, a cada uno según sus puntajes?
—¿Qué puntajes, Mr. Albert? Sigo sin entender...
—¡Ahí es donde influye el condicionamiento del que le hablé! Sin percatarse conscientemente de lo que hace, usted considerará mejor al que tenga mayor puntaje...
—Perdone usted, Mr. Albert, pero no sé de qué puntaje me está hablando...
—Despacio, despacio, querido amigo, no se exalte. Mi idea es que se nos ha instalado una confusión en nuestras mentes, haciéndonos creer que todo lo que es más siempre resulta mejor...
—¿Cómo...?
—¡Claro! El que habla más nos parece superior al que poco dice, sin embargo puede haber, y de hecho lo hay, más inteligencia y contenido en una frase corta que en un discurso de horas, ¿está de acuerdo?
—¡Sí, es verdad, en eso coincidimos!
—Pues me alegro. Aun sabiendo que son así las cosas, llegada la hora de medir merecimientos corremos el riesgo de hacerlo según lo que nos han inculcado en Matemáticas, que 100 es más que 50, ¿me sigue?
—Con absoluta atención, Mr. Albert, pero me cuesta comprenderlo...
—Claro, usted inconscientemente vuelca en un rincón de su mente las características de cada candidato y efectúa cálculos matemáticos que culminan en un puntaje para cada oponente, ¿voy bien?
—Usted sí, Mr. Albert, pero yo no sé...
—¡No se aflija, ya me comprenderá! De tan simple que es resulta complejo y hasta se nos escapa de la mirada, pero observe usted la pizarra y creo que esta vez podré aclararle el panorama..
El periodista corrió su silla lo más cerca posible de la pizarra y clavó sus ojos en la negra superficie.
—Partimos, entonces, de la base de un condicionamiento inconsciente que afecta a gran parte de la población mundial, ¿sí?
—Sí, supongo que sí, Mr. Albert...
—Bueno, entonces trataré de explicarle cómo funciona ese mecanismo interno a la hora de evaluar a los candidatos.
—Estoy deseoso de enterarme, Mr. Albert.
—Bien, permítame desarrollar en el pizarrón una fórmula que por su trascendencia podríamos denominarla “Reveladora”, ¿qué le parece?
—Me gustaría más “Fórmula Reveladora”, Mr. Albert, con todo respeto...
—Le concedo la razón, que por supuesto le sobra, querido amigo. Veamos, entonces, cómo es la Fórmula Reveladora.
FÓRMULA REVELADORA
A B C D E F G H I J K L M N Ñ O P Q R S T U V W X Y Z
equivalen a los siguientes números:
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15
16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27
Entonces...
T-R-A-B-A-J-A-R
21+19+1+2+1+10+1+19 = 74
S-A-B-I-D-U-R-Í-A
20+1+2+9+4+22+19+9+1 = 87
D-E-S-E-M-P-E-Ñ-O
4+5+20+5+13+17+5+15+16 = 100
I-N-M-O-R-A-L-I-D-A-D
9+14+13+16+19+1+12+9+4+1+4 = 102
I-N-E-P-T-I-T-U-D
9+14+5+17+21+9+21+22+4 = 122
D-E-S-H-O-N-E-S-T-I-D-A-D
4+5+20+8+16+14+5+20+21+9+4+1+4 = 131
—¿Necesita la conclusión o con lo visto le alcanza, amigo periodista?
—No. Por cierto que no, Mr. Albert. Veo la pizarra y todo me resulta muy obvio...
—Me complace escucharle decir eso. Ahora permítame sugerirle que no se dedique usted a la política, pues ya sabe que para ganar tendrá que perder, ¿me explico?
—¡Con total claridad, Mr. Albert! ¡Muchas gracias!
Y el periodista salió de la entrevista con dos sentimientos encontrados: felicidad de haber asistido en exclusiva al descubrimiento de la Fórmula Reveladora por el genio de genios Albert... y tristeza al confirmar científicamente que en general nos gobiernan los peores.
Una pregunta:
¿Qué puntaje creen merecer ustedes, amigos lectores?
¡Cuídense de no exagerar...!
Intel Ecto
(Desde Buenos Aires, Argentina, exclusivo para Nuevo Sol)
Etiquetas: HUMOR, REFLEXIONES