lunes, febrero 19, 2007

DIOSES SIN CIELO

En Occidente el ateísmo crece al mismo ritmo que el orgullo, ya que por lo general los orgullosos no admiten la existencia de alguien o algo superior a ellos...

Muy a menudo leemos o escuchamos frases que merecerían la reprobación de la sociedad en su conjunto, pero que extrañamente son aceptadas y hasta aplaudidas por no pocas personas:

“Tengo el orgullo de haber sido y ser el político más exitoso del país.”

“Es un orgullo para mí vestir la casaca del mejor equipo del mundo.”

“Me llena de orgullo que el público reconozca mi talento.”

¿Qué es el orgullo? Si acudimos al diccionario de la Real Academia Española encontramos la siguiente definición:

Orgullo: arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia.

El orgullo es una espada filosa que provoca heridas profundas e incluso la muerte.

Por orgullo se han enfrentado naciones a lo largo de la historia, sumiendo en el dolor más terrible a millones de personas.

El mismo orgullo que fanatiza a distintos bandos de un mismo país y los convierte en enemigos mutuos irreconciliables.

Las religiones, los deportes, las ideologías políticas, los regionalismos, las culturas, por citar algunos ejemplos, pueden generar odios que avergüenzan a la raza humana.

¡Y nada más que por orgullo!

Orgullo de ser blanco. Orgullo de ser negro. Orgullo de ser amarillo. Orgullo, orgullo, orgullo...

El orgullo es una poderosa tentación que convence con más facilidad a los individuos inmaduros o acomplejados, menos realistas, que pretenden maquillar la verdad a su antojo para no quedar desplazados del centro de la Creación.

Por eso el más leve espacio de poder alcanza para corromper, con el veneno del orgullo, las almas de las personas poco evolucionadas...

A propósito de lo que acabo de afirmar les contaré una historia real que me ha conmovido hondamente, pues la han vivido personas de mi amistad.

Estoy autorizado a publicar este relato por si pudiera serle de utilidad a alguien. Los hechos están reflejados con absoluta precisión, aunque he preferido preservar las verdaderas identidades de los protagonistas.


EL HIJO TAN ESPERADO

Sebastián es una persona de esas que vale la pena tratar. Con él nos conocimos en un retiro espiritual hace unos veinte años y desde entonces forjamos y mantuvimos una amistad sincera que ambos nos esforzamos por honrar.

De su matrimonio nacieron tres hijos, dos mujeres y un varón. Este último, tan esperado, llegó cuando mi amigo había cumplido cuarenta y seis años.

Quizás por ser el único varoncito y el gurrumín de la familia, el chico se convirtió en el centro de atención de todos. ¿Quién se atrevía a negarle algo al pequeño tirano?

Así fue creciendo Julián, rodeado de chiches y caricias, pasando de unos brazos a otros constantemente. Cuando algo no era como él lo deseaba se ponía de muy mal humor o gritaba y pataleaba hasta que su familia le daba el gusto.

Las chicas se casaron y organizaron sus respectivas vidas, no así el chico que en ese entonces apenas era un adolescente.

En un momento dado, Julián le comentó a su padre un proyecto que estaba elaborando en mente. Por entonces el pibe tenía poco más de veinte años. Mi amigo lo escuchó y luego de consultar con su esposa decidió no sólo ayudar a su hijo a cumplir con su idea, sino también acompañarlo.

Hace siete años salieron los tres, Sebastián, su esposa y el hijo, rumbo a Estados Unidos, a la búsqueda de un futuro que el muchacho soñaba como posible.

Desde el país del Norte Sebastián me escribía de tanto en tanto, contándome algunos episodios de sus vidas. Al principio las cosas no resultaron muy fáciles, pero luego de un tiempo el panorama se presentó más alentador.

Así fue que Julián pudo revalidar su título argentino en USA y casi de inmediato recibió una oferta de trabajo temporario que el chico aceptó de inmediato, hasta que luego de un tiempo lo llamaron de la gerencia de personal para decirle que la empresa había decidido nombrarlo encargado de una sección muy importante.

La vida fue tomando otro cariz y meses más tarde del progreso ya comentado se produjo otra novedad en el seno de la familia: Julián les comunicó a sus padres que había decidido irse a vivir con Carolina, hija de un productor de golosinas de esa zona.

La noticia sorprendió a los padres del muchacho, que hasta ese instante nada sabían de los planes de su hijo.

A Sebastián y su esposa comenzaron a pesarle no sólo los años sino la distancia que los separaba de sus hijas y nietos, pero no se animaron a volver a Argentina por temor a incomodar a su hijo.

Julián fue consolidando su situación económica y al mismo tiempo potenciando el orgullo que desde muy pequeño lo acompañaba. Recuerdo algunos mensajes de Sebastián lamentando que su hijo se mostrara tan orgulloso al cabo de ciertos logros.

Hace más o menos tres meses Sebastián y su esposa invitaron a su hijo a almorzar y en el transcurso de la comida se produjo una discusión en torno a las actitudes altaneras del muchacho. Este último no aceptó las cariñosas recriminaciones de sus progenitores y prefirió salir de la casa dando un gran portazo. Fue en vano que los padres quisieran detenerlo.

El joven matrimonio subió a su automóvil y partió a toda velocidad en esa tarde lluviosa de Domingo.

Horas después sonó el teléfono en la casa de Sebastián, donde su esposa no cesaba de llorar. Cuando mi amigo atendió, casi sufre un infarto al escuchar la voz del padre de Carolina decirle en un sollozo: “Le hablo desde el hospital, Sebastián. Los chicos chocaron y están muy graves. Por favor, vengan pronto”.

Al arribar al nosocomio, Sebastián y su esposa se encontraron con otra mala noticia: Carolina no había podido resistir la operación de urgencia que le habían practicado. Los padres de la chica estaban destruidos.

Confundidos y doloridos, Sebastián y su mujer pidieron saber de Julián. El personal del hospital les comunicó que el muchacho estaba en ese momento siendo intervenido quirúrgicamente y que hasta tanto no concluyera la cirugía no podrían arriesgar opinión alguna.

Al finalizar la operación salieron los cirujanos dándoles dos noticias, una buena y otra mala. La buena era que le habían salvado la vida a Julián y la mala... ¡que se habían visto obligados a amputarle ambas piernas por encima de las rodillas...!

Un desastre. Un cataclismo infernal. Culpas y reproches. Incredulidad ante tan grande golpe de la vida. Pero de igual modo debieron afrontar la realidad...

Un mes después de la operación le permitieron a Julián continuar la rehabilitación física y psicológica de manera ambulatoria. Como el muchacho no podía valerse por sí mismo dejaron sin efecto el alquiler de la casa que la parejita había habitado hasta el día del accidente y el paciente fue instalado nuevamente en la vivienda de sus padres.

A los siete días encontraron a Julián muerto en su cama, en medio de un charco de sangre, con las venas de sus muñecas seccionadas. En la mesa de luz estaba un pequeño cuaderno en el que la víctima había escrito unas cartas muy sentidas a sus padres pidiéndoles perdón.

Sebastián me adjuntó los textos recién mencionados, pero no los difundiré por ser estrictamente privados.

A lo que sí me he atrevido es a compartir con ustedes esta experiencia horrible que quizás nos deje alguna enseñanza.

Me he comunicado telefónicamente con la hija menor de Sebastián y me ha informado que su hermana mayor está con los padres en Estados Unidos para acompañarlos cuando éstos puedan terminar de cerrar todos los trámites pendientes y regresar juntos a nuestro país.

Una pesadilla que muy probablemente se hubiera evitado si la sensatez, la cordura y la humildad le hubieran ganado la pulseada al orgullo y a la estupidez, ¿verdad?

Ojalá que el error de Julián no haya sido en vano y valga como alerta para quienes han caído o están a punto de caer en las redes del orgullo...

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